Como
broche final dentro de la celebración de su 35 aniversario, la Compañía Nacional de Danza ofreció en
los Teatros del Canal de Madrid una Gala en homenaje a María de Ávila y Tony Fabre
y fue precisamente la última interpretación, Minus, tras casi cuatro
largas horas de espectáculo la que se ganó el entusiasmo del público.
Foto: Jacobo Mediano |
Lola Ramírez
La
actual Compañía Nacional de Danza
tiene sus orígenes en el año 1978, fecha en la que lleva el nombre de Ballet Nacional Clásico y tiene como
director a un joven Víctor Ullate que trae consigo una amplia trayectoria internacional
como bailarín. Formado por dos artistas tan reconocidos como diferentes: María de Ávila y Maurice Béjart, Víctor aprende lo mejor del uno y del otro y se
convierte en un gran maestro de bailarines. En el espectáculo de los Teatros
del Canal se hace un recorrido por las diversas etapas de la Compañía Nacional
de Danza y se ofrecen diez coreografías que tratan de mostrar los diversos
estilos dancísticos que ha interpretado la CND a lo largo de estos 35 años de
vida: clásico, neoclásico y contemporáneo.
No
hay duda de que los veinte años en los que Nacho
Duato ha llevado el timón de este buque dancístico han dejado una impronta
en la CND que vale la pena aprovechar. Cuando Tamako Akiyama y Dimo Kirilov Milev interpretaron Aimles, pieza coreografiada por el
propio Kirilov, el público mostró sin reservas su entusiasmo, llenando la sala de
bravos y aplausos. Tamako y Dimo transmitieron con su danza el mensaje de la
pieza: “lo importante no es a dónde se va, sino con quién se va”. Ambos
intérpretes tienen una danza ligera, volátil y llena de sentimiento. En una
palabra: maravillosos. Nos hicieron vibrar en medio del absoluto silencio que
se respiraba.
Tamako Akiyama y Dimo Kirilov. Foto: Fernando Marco |
Cuatro
piezas de clásico fueron la muestra de la nueva vertiente de la compañía, que
empujada por diversos sectores y bajo la dirección de José Carlos Martínez hace un esfuerzo titánico por ofrecer a una
parte del público lo que demanda: ballet clásico puro y duro. De estas cuatro
piezas: Festival de las Flores de Genzano, El Corsario paso a dos, Raymonda
Divertimento y El cisne, la que tuvo
mayor éxito fue El Corsario, gracias a la fantástica técnica de Yae Gee Park y Alessandro Riga, y no es de extrañar. Riga, en la CND desde 2013,
es un bailarín italiano que en 2004 se graduó cum laude en el Teatro de la
Ópera de Roma. Tiene en su haber prestigiosos premios como Danza & Danza, Positano, Adriana Panni
o Spoleto Danza; ha bailado con
figuras como Silvie Guillem o Carla Fracci y ha interpretado los
principales roles del repertorio clásico y contemporáneo. En su ciudad natal, Crotore, le nombraron en 2012, “ciudadano
ilustre”. Por algo será. Desde luego danzando es top ilustre. Por su parte, la dulce coreana Yae Gee Park tiene una doble vertiente que la hace deliciosa a la
hora de interpretar un clásico: por un lado esa disciplina que conduce a los bailarines
orientales tan cerca de la perfección y por otra un encanto particular que
logra ese maridaje imprescindible para que el ballet clásico convenza: técnica y
corazón.
Marlen Fuerte y Josué Ullate en Bolero (Foto: Raúl Montes) |
En
esta Gala del 35 Aniversario de la CND no podía faltar una pieza de su
primer director, Víctor Ullate. El coreógrafo aragonés eligió en esta ocasión Bolero. Con coreografía del propio
Ullate y música de Ravel y Manisero, la pieza fue estrenada en la Ópera de Vichy el 19 de julio de 2013. El
cuerpo de baile del Ballet de la
Comunidad de Madrid juega en esta pieza el rol de telonero para que brillen
a placer los dos intérpretes principales: Marlen
Fuerte y Josué Ullate, dos
cuerpos esculturales ejecutando una danza exacta, limpia, repetitiva a veces y
acrobática en algunos momentos. Bella, muy bella, pero algo fría.
De
toda la Gala de este 35 Aniversario, fue la última pieza Minus 16, de Ohad Naharin
la que puso sobre el escenario a la auténtica Compañía Nacional de Danza. Naharin utiliza un lenguaje único de
movimiento que rompe con los viejos hábitos, empujando a los bailarines a
desafiarse a sí mismos de maneras nuevas y diferentes. La obra es única debido
a la ruptura de la separación habitual entre intérpretes y espectadores. Los
bailarines bajan del escenario y vuelven a él acompañados de personas del
público que han elegido, no sabemos si aleatoriamente o no. Se juntan en el
escenario jóvenes y no tan jóvenes, flacos y no tan flacos, pero todos se dejan
impregnar de la seductora marcha de la compañía, con una veracidad tal que los
que estaban sentados en su asiento del patio de butacas, es decir, la mayoría,
sintieron un irreprimible deseo de lanzarse a bailar, unas ganas viscerales de
que aquello no se terminara. Aquella danza final entre profesionales y amateurs
mostraba curiosamente una coreografía ordenada, tal y como si así lo hubieran
ensayado. ¿Era verdad o era mentira? Aquella señora que parecía que no sabía
qué hacer y que se quedaba paradita frente al público para luego despegar como
una de las maduritas damen del Kontakthof de Pina Bausch. Un broche final prácticamente perfecto, tanto es así
que las cuatro horas de espectáculo que en algún momento, todo hay que decirlo,
se hicieron largas, en el momento final se tornaron efímeras.
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