7ª Sinfonía de Uwe Scholz. Foto: Sasha Onyshchenko |
Ya viene siendo habitual que el Liceu programe danza en septiembre, como de pasada, sin darle demasiada importancia, y dejando el estreno oficial para más adelante, cuando se programe la primera ópera. Fue así el año pasado con el Quijote de la CND, cuando aún había esperanza de que se renovara a José Carlos Martínez y ha sido así este año con estas funciones de Les Grands Ballet Canadiens. La inauguración, a bombo y platillo, se hará con Turandot.
Carolina Masjuan
Justo es destacar el papel de Roser Muñoz, debidamente acreditada en el programa y en la web del Liceu, como repetidora de la obra de Uwe Scholz, una de las cuales nos trajo la compañía canadiense como segunda pieza de su programa. Ella fue su musa y ahora viaja por todo el mundo -sin renunciar a su labor docente y como directora, junto a Joan Boix, del Centre de Danza de Catalunya- montando las reclamadas obras del coreógrafo alemán, fallecido prematuramente en 2004.
Stabat Mater de Edward Clug. Foto: Sasha Onyshchenko |
Además de Roser, hay otras participaciones catalanas en este programa. Jordi Roig, que cuenta con una importante carrera en Alemania, es el diseñador del vestuario y la escenografía de la primera obra, el Stabat Mater. También hay en el elenco, aunque no bailara en el Liceu por estar de baja de maternidad, la bailarina Emma Garau, primera solista en la compañía.
Ivan Cavallari, nuevo director artístico, ha presentado en el Liceu el mismo programa que eligió para inaugurarse él mismo como director de la compañía en Montreal, sustituyendo al anterior director Gradimir Pankov en junio de 2017. Nosotros ya conocíamos a la compañía puesto que la vimos en Salamanca con ocasión de una gira por España que no incluyó Cataluña y en una edición de Les Étés de la Danse en París. En ambas ocasiones el programa era básicamente contemporáneo.
Aunque una ve con ganas a esta formación y es interesante descubrir el trabajo de estos coreógrafos, francamente, volvemos a insistir que existen magníficas compañías europeas, mucho menos costosas, que podrían presentar trabajos de sus coreógrafos, del propio Scholz, o sobretodo Cranko y McMillan, con el que el público balletómano catalán estaría encantado.
Stabat Mater. Foto: Sasha Onyshchenko |
Pero vayamos a lo presentado por los canadienses. En Stabat Mater la obra refleja la angustia de la Virgen María por la crucifixión de su hijo. Inspirada en el poema del siglo XIII del mismo nombre, ha sido llevada a la danza en muchas ocasiones por coreógrafos tales como Peter Martins, Mark Morris o Jiri Kylian, e innumerables compositores: Liszt, Schubert, Verdi y Vivaldi por nombrar unos pocos.
La partitura elegida por Edward Clug, cuyo trabajo es el que vimos en el Liceu, es la de Giovanni Battista Pergolesi. Se dice que Pergolesi compuso su Stabat Mater en su lecho de muerte. El coreógrafo rumano, talento emergente de la danza europea, logra establecer un diálogo actual con el Stabat Mater de Pergolesi, una obra capital del barroco italiano. Lo hace potenciando la intensidad del poema y la evocadora música de esta partitura, que a pesar de relatarnos el dolor de una madre que acaba de ver morir a su hijo, "no deja de ser portadora de vida y esperanza", tal como asegura Cavallari.
Por suerte, el espectáculo contó con la participación en directo de la Orquesta Sinfónica del Liceu, dirigida por la canadiense Dina Gilbert y en el Stabat, escrita para dos voces, se contó con la participación en directo de la soprano Kimy Mc Laren y la mezzosoprano Maude Brunet.
7ª Sinfonía. Foto: Sasha Onyshchenko |
La coreografía de Clug recorre una cuidadosa línea entre la expresividad y la moderación. Hay una diferenciación constante entre el grupo de hombres, más agresivos aunque conteniéndose, dejando para la mujer un rol más familiar, solamente en la parte del desfile de moda con zapatos de tacón y pisando fuerte, nos aparecen ellas más rotundas. Vemos algunas formas escultóricas potentes e imágenes impactantes que nos muestran la tragedia tanto del nacimiento como de la crucifixión.
El vestuario y la puesta en escena son minimalistas; vestidos color carne para las mujeres y todos de negro ellos. Los elementos escénicos son simplemente dos gigantescas cajas blancas oblongas que sugieren, por turnos, un banco de la iglesia, una pasarela, y finalmente un crucifijo.
En cuanto a la pieza de Scholz, ésta tiene un lugar especial en el corazón de Cavallari, dada su larga asociación con el coreógrafo alemán, que murió en 2004 sorprendentemente joven a los 45 años.
"En realidad fui parte del estreno de esa pieza", dice Cavallari, "y de hecho me echó durante los ensayos porque iba muy lento. Simplemente dijo 'Tú, fuera". Fue mucho más amable más tarde, y pasamos a trabajar juntos".
7ª Sinfonía. Foto: Sasha Onyshchenko |
La séptima sinfonía requiere de muchos bailarines en escena. Esta pieza, como gran parte del trabajo de Scholz, se basa en la creación de patrones estrechamente estructurados a los que se debe aportar una máxima precisión, para acercarse simultáneamente a la música en distintas frases manteniendo un perfecto unísono con el resto de la compañía.
Bailado en puntas, la 7ma Sinfonía es una obra atlética, sin embargo, a pesar de los trajes y la puesta en escena renovados por Cavallari, este trabajo de 1991 se siente un poco anticuado y repetitivo. Esas medias de las bailarinas no ayudan mucho, ya que en lugar de realzar la belleza de los músculos de sus piernas, los ocultan y les dan un aire algo ortopédico.
Pero hay que reconocer que la audiencia apreció el trabajo de la compañía canadiense y celebró con grandes aplausos ambos ballets.
Ahora deberemos esperar hasta abril, para poder volver a disfrutar de la danza en el coliseo barcelonés cuando nos traerá al English National Ballet con la aclamadísima Giselle de Akram Khan.
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