Alina Cojocaru, Isaac Hernández y cuerpo de baile del ENB, en el Teatro Real (Foto: L.R.) |
A las cinco en punto de la tarde, como las buenas corridas de toros, una insuperable Alina Cojocaru se metió en la piel de la Giselle de Akram Khan y conquistó al respetable, que dicho sea de paso, estaba absolutamente expectante tras el artículo escrito por Roger Salas en El País después del estreno de esta conmovedora y moderna Giselle, interpretada por el English National Ballet.
Lola Ramírez
Hay que ser muy atrevido o estar muy convencido del propio talento para meterle mano a una obra tan magistral como la compuesta por Adolphe Adam a mediados del siglo XIX. Pero está claro que Gavin Sutherland, director musical del English National Ballet desde 2008 y autor de los arreglos musicales de la Giselle de Akram Khan posee las dos características, es atrevido y está convencido de su talento. Por algo será que acaban de nombrarle doctor honoris causa por la Universidad de Huddersfield. Dicho esto, cabe reconocer que uno se siente ligeramente violentado en su oido musical cuando escucha una obertura que nada tiene que ver con la original. Es lo que tienen las obras maestras, se nos meten en el alma y no hay rival que nos haga olvidarlas. La partitura de esta Giselle es eléctrica y atormentada, cierto que hace un perfecto maridaje con la impactante coreografía de Khan, pero resulta inquietante y despierta la nostalgia de la música original.
Alina en un ensayo con el ENB |
Lo mejor de este espectáculo es sin duda la insuperable actuación de Alina Cojocaru, que es una de esas rara avis que dominan perfectamente la técnica pero lo que predomina, lo que impacta en el público es su alma. La vi hace muchos años bailando la Giselle original y sentí lo mismo que había sentido viendo bailar a Barisnikov, que estaba viendo a alguien genial, alguien que roza la excelencia y consigue despertar en el espectador, además de una gran admiración, un amplio abanico de sentimientos. Intuyo que parte del atractivo de la bailarina rumana viene de su interior. Me fijaba al verla saludar al público del teatro Real en su sencilla imagen, totalmente desprovista de los tics de las estrellas. Cojocaru por su talento podía ser una diva, pero su esencia nunca se lo va a permitir.
Sería injusto no reconocer que el resto del elenco estaba a su altura. La coreografía de Khan puede sorprender a los nostálgicos pero no se puede obviar su talento. Está ahí, en las vertiginosas diagonales, en armonía del conjunto y en la lectura que se desprende del lenguaje coreográfico. Los bailarines, que lo dan todo en este espectáculo, demuestran que pertenecen a una gran compañía, desde el enamorado Albrecht, interpretado por Isaac Hernández, al agresivo Hilarión de Ken Saruhashi. Un cuerpo de baile magníficamente conjuntado, una coreografía vibrante y una iluminación con la firma de Mark Henderson son grandes aportaciones al servicio de esta original Giselle.
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